Ver, Oír y Callar

Ver, Oír y Callar

El Salvador, tierra del surf, el bitcoin y la libertad… un país resurgido de sus propias cenizas, donde los sueños se cumplen y que tiene el presidente más popular de toda América Latina.

Un lugar reconocido mundialmente hace unos años por ser uno de los países más peligrosos del mundo y que ahora todos toman como ejemplo a seguir.

¿O no?

Eso mismo creía yo hace diez días, cuando estaba cruzando la frontera de Guatemala a el Salvador.

Siendo para mí el surf una pasión reciente, bitcoin una maravilla tecnológica y financiera y el libertarismo una buena filosofía política, en el aire respiraba cierta excitación, esperanza… era casi como entrar en la tierra prometida.

Esperaba encontrar personas encantadas con su presidente, uno de los tipos más ‘cool’ de X (antiguo Twitter), comercios y personas aceptando y utilizando la moneda del futuro y playas paradisíacas donde surfear.

En cambio, me he topado con la realidad.

Pero para entender esta realidad actual de el Salvador, hay que remontarse unos años atrás.

La guerra civil nunca fue declarada de forma oficial, pero se dio entre 1979 y 1992, periodo en el que se calculan aproximadamente unos 75.000 muertos y 15.000 desaparecidos.

En toda guerra hay muerte y sufrimiento. Pocas personas quieren quedarse y ver de primera mano como su tierra se deshace poco a poco, como sus allegados mueren, son heridos o desaparecen.

Los que más sufren, por supuesto, son los niños. Ellos vieron como mataban a sus padres, a sus hermanos y a sus abuelos. Muchos huyeron a Estados Unidos, la tierra de las oportunidades. Llegaron prácticamente solos, con la esperanza de encontrar un lugar mejor en el que vivir.

Y también ellos se encontraron de cara con la realidad.

Una realidad de racismo, pobreza y maltrato.

En Los Ángeles de aquella época, imperaban las bandas callejeras, las pandillas. Y esos jóvenes exiliados de el Salvador no tuvieron otra opción mas que formar sus propias pandillas para defenderse del acoso y desprecio local y encontrar cierta ‘estructura’, sentido de pertenencia y apoyo en su ya deshecha vida.

La primera y más conocida fue la Mara Salvatrucha, -abreviada MS13-, donde ‘mara’ significa pandilla y ‘Salvatrucha’ es una abreviación de El Salvador y el slang callejero de ‘inteligente’ o ‘estar alerta’, según a quién preguntes.

Estos pandilleros destacaban por sus grandes tatuajes bien visibles en relación a la mara, muchas veces incluso tatuados en plena cara.

Mara Salvatrucha

Sus rituales de iniciación eran duros, el que quería unirse a ellos debía soportar 13 segundos de paliza, dada por sus futuros compañeros o ir a un barrio ‘enemigo’ y matar a un miembro rival. Las mujeres, a parte de estas dos opciones, podían también escoger ser violadas por los miembros masculinos del grupo.

La mayoría de miembros se unían en la adolescencia, entre los 15 y 20 años de edad. Su jerarquía era muy estricta y para ‘avanzar’ dentro de ella se debían realizar también diversas pruebas, cada vez peores, como el asesinar a varios miembros de maras enemigas.

Y una vez dentro, prácticamente la única manera de salir de la mara era muerto.

Las maras se enfrentaban unas a otras de forma constante y para financiarse traficaban con droga, robaban y extorsionaban a negocios locales ofreciéndoles ‘seguridad’ a cambio de una cuota mensual.

Durante los años 90, muchos de estos pandilleros acabaron en las cárceles de Estados Unidos, hasta que este país se cansó y empezó un programa masivo de deportación para residentes nacidos en el extranjero que fueran condenados por delitos violentos.

Así, todos estos Salvadoreños de nacimiento, refugiados de la guerra, llegaron de nuevo a su pais de origen, un país ya desconocido para ellos. E hicieron lo único y lo que mejor sabían hacer: seguir con el estilo de vida marero.

De ésta manera fue como ‘exportaron’ el concepto de pandilla desde Estados Unidos a El Salvador y así empezó la gran pesadilla reciente de este país.

Aparte de la Mara Salvatrucha, la otra organización imperante -y rival- era la Mara 18. Estas dos pandillas estuvieron enfrentadas de forma constante, asesinando a miembros rivales prácticamente todas las semanas.

Uno de los documentales más interesantes al respecto se llama ‘Los hijos de la Guerra’, en Youtube:

Los hijos de la Guerra

Pero ese reino del terror se extendía a todo el resto de la población.

Nos estamos quedando actualmente, durante dos semanas, en un hostal regentado por un chico Salvadoreño súper amable de 33 años.

Él nos cuenta que jamás pensó que llegaría a esta edad.

Muchos de sus amigos de la juventud están muertos. A él le salvó el skate, jamás se interesó por el poder o el dinero que podrían proporcionarle estas bandas, aunque le ofrecieron unirse a ellas en contadas ocasiones.

Pero estuvo a punto de morir varias veces, mataron a personas cerca de él y le llegaron a poner la pistola en la cabeza otras tantas simplemente por caminar por el lugar equivocado en su propia ciudad o porque a algún pandillero le daba la gana.

Tuvo suerte.

Nos explica que eran extremadamente territoriales: tu no podías ir tan tranquilo a otros barrios, porque las maras controlaban de forma constante las calles y, si veían a alguien que no conocían, podían deshacerse de él solo por pensar que podría ser un miembro de la banda rival que estuviera espiando.

La violencia, el miedo y la crueldad eran parte del día a día en este país, llegando a darse actos tan terrorificos como el quemar un autobús con sus ocupantes dentro y disparar a todos aquellos que querían saltar por las ventanas, por ejemplo.

Mataban ya solo por el mero placer de matar.

Muchos presidentes de El Salvador prometieron solucionar este tema, llamando a sus políticas de seguridad con el famosos nombre de “Mano Dura” y variantes del mismo como “Súper Mano Dura”.

Ninguno lo consiguió.

Ninguno hasta que llegó Nayib Bukele, el actual presidente del país.

Después de un día trágico en el que hubo más de 80 muertes en el país (según algunas teorías por encarcelar el día anterior a varios integrantes dirigentes de la MS13, ya que se venía de un periodo de relativa paz y una matanza así no tenía sentido), aprovechó para implementar el estado de excepción durante 30 días.

Esto ocurrió en Marzo de 2022 y, desde entonces, se ha ido prologando este estado de excepción de manera indefinida.

Más de 65.000 detenciones se han llevado a cabo desde entonces. El país ha cambiado por completo, ahora es seguro caminar por la mayoría de sus calles tanto de noche como de día.

La gente ya no tiene miedo, la pesadilla quedó atrás.

¿Pero a qué precio?

Se comenta que, de esas detenciones, tanto como 20.000 personas pueden llegar a ser inocentes.

La policía tenía un cupo diario de detenciones que cumplir al día, obligatoriamente. Cogían y encerraban a cualquiera que les pareciese ligeramente sospechoso, las detenciones arbitrarias llegaron a ser una norma: gente que tenía tatuajes, personas a las que algún vecino incriminaba sin pruebas…

Aunque no solo de detenciones vive este gobierno. Es bien sabido que Bukele ha pactado con las maras desde sus tiempos de alcalde, liberando a algunos de sus integrantes y proporcionándoles beneficios e incentivos financieros a cambio de apoyo electoral y una reducción de los homicidios.

Los Salvadoreños no tienen ahora mismo derechos constitucionales y, según algunos medios, las autoridades cometen violaciones de los derechos humanos de forma sistemática.

El mismo propietario de nuestro hostal, al que las maras estuvieron a punto de matar en su día, ha sido varias veces registrado, cacheado y un día a punto de ser detenido por soldados del ejército (a los que vemos cada día patrullando las calles con sus armas) simplemente por llevar el pelo largo y tatuajes en el cuerpo, aunque éstos no tienen nada que ver con las pandillas.

No tiene presunción de inocencia ni derecho a la defensa. Nos dice que, si un día por casualidad lo acaban deteniendo, podría pasar 2 años en la cárcel sin justificación alguna.

Nosotros solo llevamos 10 días en el Salvador, realmente no sabemos nada de este país. Pero preguntamos; preguntamos a los locales que conocemos, a los taxistas, a cualquiera que quiera hablar del tema.

A muchos no les importa que cualquier miembro del ejército pueda cachearles, revisar el contenido de sus teléfonos móviles o no tener los derechos que tenían antes. Comparan esta situación con el infierno de las maras y simplemente les parece un mal menor. Están felices de poder caminar libremente por su ciudad sin temor a ser asesinados en cualquier esquina.

Y eso mismo es lo que está aprovechando Nayib Bukele. Con su política de “no dejar a ningún pandillero libre”, su famosa cuenta de Twitter, la megacárcel que ha construido recientemente y su apoyo al Bitcoin ha conseguido unos índices de apoyo dentro y fuera de su país espectaculares.

Algo que está aprovechando incluso para modificar la constitución con tal de ser reelegido, contradiciendo lo que dijo él mismo cuando intentaba llegar a la presidencia.

Un mago del entertainment.

Otros son mas escépticos. Ven que, detrás de todo esto, es posible que haya otros motivos ocultos. Ven sus derechos vulnerados, amigos detenidos o desaparecidos, saben que tienen como presidente a un auténtico experto en marketing, con las consecuencias tanto positivas como negativas que eso conlleva.

Sienten que el encarcelamiento de todos estos pandilleros es algo así como una olla a presión que cualquier dia puede explotar. No conocen el contenido de los pactos que hay detrás de esta situación, no sienten una seguridad real de futuro. Nadie les asegura que esta situación pueda sostenerse a lo largo del tiempo.

Nosotros, la verdad, no nos posicionamos. Somos unos simples viajeros. Solo queríamos dar una pincelada de la realidad tan interesante que se vive ahora mismo en este país. El tiempo dirá si las políticas actuales eran las acertadas.

Para muchas de las víctimas de las maras y sus familiares lo serán, sin duda.

Para muchos inocentes encerrados, torturados y asesinados por la policía no lo serán.

Nada es tan sencillo, ojalá lo fuera.

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