Surfeando Emociones

Surfeando Emociones

Ayer a eso de las 17h volví al agua con la tabla.

Estos días estoy en el Zonte, un lugar conocido por los surfistas de todo el mundo por tener buenas olas de forma consistente todo el año.

Es un pequeño pueblecito sin ningún encanto particular dentro del llamado ‘Surf City’, el cual se le llama también recientemente ‘Bitcoin Beach’ porque en todas partes se puede pagar con esa moneda virtual.

Aquí he cambiado mi horario para levantarme alrededor de las 5.30h de la mañana, porque a las 6 sale el sol y a esa hora siempre hay buenas olas. Puedo estar en el agua hasta las 9 o 10h, cuando el sol ya empieza a apretar demasiado (hace un calor horroroso a mediodía) y las olas ya no son tan buenas.

Entonces me voy a desayunar y trabajar hasta la tarde, cuando aprovecho la última hora y media del día para volver a surfear. Y es que aquí el sol prácticamente siempre sale a las 6 y se pone a las 18h, justo doce horas mas tarde.

No existe esa diferencia entre el horario de invierno y verano como en Europa, al igual que tampoco hace frío, ya que solo hay una estación seca y otra lluviosa.

Así que me metí en el agua y estuve disfrutando un buen rato, con otros 20 ó 25 surfistas alrededor. En seguida pasó la hora y el sol se escondió lentamente en el horizonte.

Las puestas de sol aquí son realmente espectaculares, de las más bonitas que he visto en mi vida. El cielo se vuelve todo de una gama de colores cálidos que van del naranja al amarillo, cambiando de tonalidad dorada a medida que pasan los minutos.

Es en ese momento cuando la gente empieza a marcharse poco a poco. Pero yo calculé estos días que el instante en el que ya no se ve nada suele estar alrededor de las 18.20h, así que aún me quedaban 20 minutos más para coger alguna que otra ola.

Maldito viciado.

Anteayer me quedé el último y es divertido surfear casi a oscuras, así que pensaba hacer lo mismo.

Durante los últimos 5 minutos, quedábamos cuatro personas, dos chicos más y una chica. Estábamos relativamente lejos de la orilla, en el lugar en el que las olas siempre suelen romper, justo delante de un saliente rocoso.

La visión era escasa. Podía vislumbrar las olas poco antes de que llegaran a mi y tenía que reaccionar rápido, aunque muchas veces no distinguía bien si tenían la forma adecuada para cogerlas.

La chica se fué.

Me quedé el más alejado de la orilla, mientras que los dos chicos estaban cerca el uno del otro, ellos más ceranos a la costa.

No sé cuanto rato estuve así, mirando hacia atrás e intentando coger alguna ola sin éxito. Quizá pasaron solo un par o tres de minutos. Solo sé que, cuando volví a mirar hacia la orilla, ya no había nadie más.

No veía a los dos chicos por ninguna parte, se habían ido.

Estaba solo enmedio de un mar negro, completamente oscuro. Solo escuchando el sonido de las olas y el agua a mi alrededor.

No veía ya nada, era absurdo continuar, así que en ese momento decidí que ya era hora de volver en dirección a las luces de la costa.

Empecé a dar brazadas y pronto me di cuenta que, para mi sorpresa, en vez de ver como la costa se acercaba, sentía que se alejaba de mí.

Las luces de las cabañas no se hacían mas grandes por mucho que remara, sino todo lo contrario.

Redoblé mis esfuerzos, remando todo lo que podía.

Pero no había manera.

Intenté vislumbrar si la tabla avanzaba, mirando la punta de ésta, sin embargo no distinguía nada correctamente. Empecé a pensar “Pablo, ¿cómo se te ocurre quedarte el último de noche enmedio del mar?”

En ese momento sentí miedo.

Mis brazos no podían ir mas rápido. Normalmente, cuando llevas un par de minutos remando con fuerza, empiezas a sentirlos cansados, pero no podía darme el lujo de parar en ese momento. La adrenalina empezaba a llenar mi torrente sanguíneo.

Se me pasó por la cabeza tirarme de la tabla, intentar nadar yo solo hacia la orilla. Pero no lo hice.

”Vale, esto es una corriente hacia fuera, sabes que existen aunque no hayas experimentado una nunca antes.”

Seguí remando con todas mis fuerzas mientras por mi mente pasaban todo tipo de cosas a su máxima velocidad, atropellándose los pensamientos unos con otros.

El pánico se apoderó unos instantes de mi, e intenté remar no solo con los brazos sino también con las piernas, pataleando cual tortuga. Eso no tenía ningún sentido.

Entonces recordé: “En momentos así siempre se dice que lo más importante es mantener la calma. Céntrate, focalízate, confía. Sigue remando bien, como lo estabas haciendo.”

Seguí remando.

Parecía como si, delante de mí, hubiese una barrera invisible que no podía sobrepasar. Las olas rompían todo el rato justo delante mío pero no detrás, por lo que no podía aprovechar el impulso de ninguna de ellas.

La desesperación llegaba.

”¿Y si me tiro de la tabla e intento nadar?”

Otra vez ese pensamiento.

Esta vez lo descarté por completo. No, no podía hacer eso. No tenía ningún sentido, con la tabla podía desplazarme mucho más rápido y, si me soltaba y la corriente me llevaba mar adentro, estaría a merced solo de mis fuerzas. Con la tabla podía flotar todo el tiempo que quisiera, era básicamente mi salvavidas.

Las luces de la costa seguían sin hacerse más grandes. Perdí el sentido de si estaba avanzando o no. Solo seguía remando todo lo que podía.

Se me pasó por la cabeza lo estúpido que había sido por quedarme el último y en si volvería a pisar tierra alguna vez.

¡Socorro!

El grito me salió de dentro, sin pensarlo siquiera. Simplemente por si acaso alguien podía oírme. Por supuesto nadie podía, era absurdo. Estaba aún lejos de la costa y el ruido del mar a mi alrededor silenciaba todo lo demás.

Pensé en si podía sobrevivir solo enmedio del mar una noche entera. Sabía que aquí, en el Salvador, seguramente no vendrían lanchas o helicópteros a rescatarme como en España. Y aún faltaban muchas horas para que alguien me diera por desaparecido.

Pero sí, seguramente podría.

Y por suerte tenía la tabla.

También recordé en ese instante que estas corrientes de retorno siempre siguen el mismo patrón.

Son como una especie de canal y realmente, lo que hay que hacer es darse la vuelta e ir mar adentro, hasta el punto donde esa corriente deja de tener fuerza y entonces puedes ir paralelo a la costa durante un rato y desde ahí volver.

En esta imagen se puede entender mejor:

Corrientes Marinas

Imagen de https://www.weather.gov/

La teoría me la sabía, quizá podía funcionar… pero, la verdad, ese iba a ser mi último recurso, solo si me quedaba sin energías.

En ese momento no tenía ningunas ganas de darme la vuelta y remar hacia la inmensidad oscura del océano que había detrás de mi.

Poco a poco las luces parecían estar mas cerca.

En uno de los instantes que miré hacia atrás, a mi izquierda, vislumbré la espuma de una gran ola rompiendo. No estaba justo detrás de mi, pero quizá, con suerte, llegaría a mi posición.

Y asi fue, en ese instante mágico sentí como la ola me elevó y pude dejar de remar y relajarme estirado en la tabla. Fue un largo trayecto, porque dejé que me llevara hasta la misma orilla.

No sentía ningún tipo de cansancio. Solo puro alivio.

Miré el reloj. Las 18.27h. Siete minutos.

Di gracias a la vida, me levanté, cogí la tabla y me marché caminando lentamente, viendo esa playa por primera vez de nuevo.

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