Cómo obtener el poder del Fuego
Desde que yo recuerde he sido un friolero.
Cuando hacía frío lo pasaba realmente mal. Sentía una incomodidad constante, mi estado de ánimo “bajaba” junto con la creciente oscuridad de los días, además de una sensación de parálisis, como si mi cuerpo quisiera meterse en una madriguera calentita e hibernar hasta la primavera.
Nunca me gustó el frío y no entendía a las personas que decían que preferían el invierno que el verano, con el absurdo argumento de que cuando hace frío te puedes tapar y cuando hace calor no puedes hacer nada.
¡Claro que puedes hacer algo! Te puedes tirar a la piscina, puedes ir a la playa o, a malas, ducharte con agua fría. Y no hay mejor sensación que recibir los rayos de sol en el cuerpo, ver a la gente feliz e ir vestido solo con un pantalón corto todo el día.
Hasta tal punto llegaban mi disgusto y mi cambio de humor cada año desde los meses que van de Noviembre a Marzo, que un dia decidí irme a vivir a Canarias para no tener que pasar por ese suplicio otra vez.
Descubrí que en Güímar, la zona de Tenerife en la que viví, en invierno todos los días la mínima temperatura era la máxima de Barcelona. Si en Barcelona ese día la temperatura estaba entre 5º y 14ºC, por ejemplo, en mi casa estaba entre 14º y 20ºC.
Y eso me hacía feliz.
Así que listo, creí que ya tenía esa parte de mi vida solucionada.
Pero no, cuando llegó la hora de la verdad, seguía estando incómodo. No quería sentir nada de frío, absolutamente nada, ni una pizca. Así que me costaba salir a la calle si sabía que esa salida se iba a alargar un buen rato y solo me sentía 100% bien cuando estaba alrededor de una estufa, una hoguera o bajo las mantas de la cama.
Y para alguien a quien le encanta estar rodeado de naturaleza y tener mucha luz natural todo el día eso es un suplicio.
No podía seguir viviendo así, evitando activamente un estado que en Europa es normal durante al menos seis meses cada año. Tampoco me gustaba el hecho de tener que “huir” del frío en mi vida. Me lo iba a encontrar si o sí, tarde o temprano, en cualquier sitio.
Hasta que un buen día descubrí el método Wim Hof.
Wim Hof es un tipo al que yo no conozco personalmente, pero el tio desarrolló una manera de “acostumbrarse” al frío que no solo sirve para eso -no tener frío- sino que trae otros muchos beneficios, como una mayor sensación de energía o la mejora del sueño.
Leí un par de artículos y empecé a practicar regularmente (aunque no todos los días) sus 10 minutos de respiración. Luego Lara me regaló su libro y profundicé y entendí un poco más.
Su método consiste en una combinación de dos cosas: realizar estas respiraciones de vez en cuando y la exposición progresiva al frío.
Esa exposición puede empezar en forma de, simplemente, acabar las duchas calientes con agua fría durante 30 segundos o un minuto.
Luego pasar a bañarte en el mar o una piscina en momentos en los que antes no lo hubieras hecho.
Luego a ducharte con agua fría completamente.
Luego a pasar un poco más tiempo del que antes hubieras pasado en el exterior, o con algo menos de ropa.
Luego a bañarte en ríos de agua realmente fría, de esa que te hace daño nada más meterte o incluso en bañeras con hielo.
Pero así lo único que consigues es resfriarte, ¿no?
No.
Porque no estás pasando frío en contra de tu voluntad, sino de forma proactiva y consciente. Eres tú quien está decidiendo meterse en ese río de agua congelada o darse esa ducha sin encender el agua caliente. Y por supuesto luego no dejas ese frío en el cuerpo durante horas, porque eso sería absurdo.
Lo de “exposición progresiva” tampoco es broma. Esto es algo que no se consigue de la noche a la mañana. Al menos a mí me ha llevado ya un par de años. Poco a poco.
Pero funciona, vaya si funciona.
Ahora mismo estoy pasando varios días en una finca ecológica en el sur de Colombia. Es una pasada de lugar, la casa es enorme y está hecha de bambú, madera y materiales reciclables y tiene un río de agua fría al lado, con una pequeña cascada.
El tiempo aquí suele ser primaveral, pero algunos días llueve y entonces sí que hace fresquillo. Yo cada mañana y cada tarde me baño en el río, haga la temperatura que haga.
Ayer estaba jugando con los niños de aquí, Arú de 3 años y Kiya de 7. Al verme llegar del río, Arú me dijo que por qué yo nunca tenía frío y Kiya le respondió que yo tenía “el poder del fuego”.
Me hizo mucha gracia.
Y es que, realmente, siento que he cambiado mi temperatura corporal estos últimos años. No solo puedo aguantar muchísimo más frío del que podía aguantar antes, sino que -lo más importante- lo disfruto.
Disfruto muchísimo del agua helada. Para mí meterme en un río con agua muy fría es un placer que busco de forma activa, porque siento un chute de energía y endorfinas, siento como mi cuerpo se hace más fuerte y resistente por momentos.
Eso no quiere decir que disfrute de un largo y oscuro invierno, ni mucho menos. Creo que nunca me pasará eso, porque tampoco lo busco ni lo quiero.
Ni tampoco disfruto de lugares fríos en los que no tenga un lugar calentito al que acudir en cierto momento del día, como nos pasó cuando estuvimos en San Cristóbal de las Casas, en México, donde llovía continuamente.
Pero al menos es algo que me permite disfrutar más de momentos como éste en el viaje y de que mi estado de ánimo no dependa tanto del tiempo como lo hacía antes.