Experimentando un Temazcal
Ayer fuimos a un Temazcal por primera vez.
A mí personalmente solo me sonaba la palabra vagamente, tenia la idea de que era un sitio en el que se pasaba calor y poco más.
Pero el caso es que este pueblo del sur de México, San Cristobal de las Casas, es un tanto alternativo y en muchas tiendas o cafés hay folletos pegados en las puertas en los que se anuncian todo tipo de actividades. Y una de ellas era experimentar un Temazcal maya tradicional.
Escribimos al whatsapp que aparecía en el anuncio y nos comentaron que la ceremonia se solía realizar los sábados a las 11h de la mañana, que podía ir cualquiera por 200 pesos (10€) y que lleváramos un short, toalla, algo de fruta, flores y tabaco.
Estaba a las afueras de la ciudad, un lugar perdido en el bosque con un río justo al lado. Súper bonito, todo de un verde intenso. No se podían hacer fotos ni vídeos, por eso en la portada de este artículo solo se ve una representación.
Debía haber una veintena de personas cuando llegamos, 3 o 4 de ellas los que organizaban el evento y que en ese momento estaban preparando una fogata bastante grande con piedras en su interior. Para todos los demás, chicos y chicas de varias partes del mundo, al igual que nosotros, era la primera vez que experimentaban este tipo de ceremonia.
Debió pasar una hora aproximadamente en la que pudimos conocerlos, ayudar con los preparativos previos y escuchar de primera mano el por qué se realizan los Temazcales y qué representan para la comunidad local.
Para ellos, es una forma de conexión con uno mismo, con la vida y con la naturaleza.
Un Temazcal, en resumidas cuentas, es una especie de “tienda” o construcción ovalada tradicional, cubierta, en la que se colocan varias piedras candentes en el centro. Las personas que van a experimentarlo se colocan alrededor y, a continuación, se va echando agua encima de las piedras, de manera que ésta se evapora al instante y genera mucho calor en su interior.
Lo equiparan de forma simbólica al vientre materno. Retornas al vientre, a ese lugar oscuro y calentito, desde donde puedes eliminar patrones de pensamiento, “limpiar” tu mente y obtener un propósito más consciente para tu vida a partir de ese momento.
Supongo que los Temazcales fueron de donde salieron posteriormente las saunas que todos conocemos hoy en día.
La diferencia con éstas es que en un Temazcal hace muchísimo más calor y que uno no está durante unos minutitos, sino que la experiencia completa dura varias horas. En nuestro caso fueron unas 3 horas, no lo sé exactamente porque no llevaba reloj encima.
Pero volvamos a donde nos habíamos quedado.
Antes de empezar, nos comentaron que el Temazcal se dividiría en 4 fases iguales. Una vez estuviéramos todos dentro de esa cabañita, cada fase consistiría en colocar las piedras calientes en el centro, realizar un “rezo”, colocarles hierbas medicinales encima, cerrar la “puerta”, echarles agua encima, pasar calor y más tarde ya abrir la puerta de nuevo para volver a realizar ese mismo proceso.
Nos recomendaban completar la experiencia de principio al final dentro de la cabañita, si era posible, pero que si alguien se agobiaba demasiado o no podía soportar la experiencia, por supuesto podría salir en cuanto se abriera la abertura entre fase y fase. Muchas personas han muerto haciendo un Temazcal y no queríamos, ni mucho menos, que se diese el caso.
Pusimos cada uno un pequeño manojo de tabaco en la hoguera, soltándolas con una intención personal de cara a la ceremonia.
Nos quedamos todos en bañador o pantalones cortos, ya que al sudar tanto y pasar calor lo mejor es llevar poca ropa. Uno a uno, nos pasaban hojas más largas de tabaco con incienso por el cuerpo, supongo como símbolo de purificación.
Y así, cuando llegó mi turno, me arrodillé y entré a gatas en esa construcción oscura.
Era similar a entrar en otra época más prehistórica, otro mundo distinto del que había fuera. Solo pasaba un pequeño haz de luz por la abertura principal, no podía ponerme de pie dentro, olía a tierra y hierba y, aunque cabíamos todos bastante bien sentados en el suelo, estabamos muy cerca los unos de los otros.
Desmontada la hoguera que permanecía fuera, trajeron 12 de las piedras candentes que estaban en su interior, al rojo vivo, hacia el centro de la cabaña. Los temazcaleros entonces dijeron a continuación unas palabras, sus rezos, quemaron algunas hierbas (a las que llamaban “medicina”) y trajeron también dos cubos grandes de agua, todo ello siempre vestido de ritual ceremonioso.
Taparon la abertura de la cabaña con una gran manta y ese instante quedó todo completamente a oscuras.
La situación era surrealista: 15 o 20 personas en pantalón corto, sentados en el suelo de tierra de una cabaña ovalada hecha de madera y mantas gruesas, completamente a oscuras. La única luz proveniente de unas pocas piedras al rojo vivo en el centro.
Un temazcalero echó agua encima de esas piedras, humedeciendo unas ramas en los cubos de agua y en seguida la temperatura comenzó a subir.
No tardé ni dos minutos en empezar a sudar por todas partes.
Más que nervioso, estaba a la expectativa. Mi corazón empezó a acelerarse por el calor.
Nos habían comentado, al darnos las instrucciones, que si teníamos mucho calor siempre podíamos “bajar” hacia el suelo, estirarnos. El calor siempre sube hacia arriba, así que cuanto más pegados a la tierra, menos calor sentiríamos.
Sin embargo no lo sentí necesario. Hacía muchísimo calor sí, pero podía aguantarlo. No tengo ni idea de cuánto duró esta fase, quizá 20 minutos en los que progresivamente iba aumentando la temperatura y en los que se oían los cánticos mayas de los temazcaleros, y aunque sí que es cierto que agradecí el momento en que la abertura se abrió por fin y empezó a entrar un poquito de aire fresco del exterior, pensé “joder, creí que esto sería peor, puedo aguantarlo perfectamente”.
Entraron 12 nuevas piedras candentes, a las que los temazcaleros llamaban “abuelitas”. Más agua, hierbas medicinales y más cánticos. En pocos minutos taparon la entrada y volvimos a experimentar todo de nuevo, solo que ésta vez hacía el doble de calor.
Ahora sí, ahora sí que sentí un calor insoportable, sentí cómo mis fosas nasales ardían con cada respiración y como la piel que estaba más cerca del centro del Temazcal me quemaba. No tuve otra opción que bajar hacia el suelo y recordé que también nos habían dicho que, si nos agobiábamos, evitáramos movernos, porque el movimiento da una sensación de aún más calor.
Pero de vez en cuando tenía que darme la vuelta para dejar de sentir calor en algunas zonas del cuerpo y sentirlo en otras. Me costaba respirar y mi corazón estaba acelerado, en una sensación muy similar a la ansiedad que he experimentado otras veces.
No podía dejar de pensar, quería que acabase esa sensación cuanto antes y recordaba lo bien que se estaba a un simple metro de distancia, fuera de esas paredes de la cabaña. Por eso no me extrañó que, acabada esta segunda fase, ya hubiese una o dos personas que decidieran salir, que ya habían tenido suficiente.
Tardé unos pocos minutos en volver a sentirme “bien” gracias a la poca brisa que entraba desde la abertura, mientras volvían a colocar más piedras candentes en el centro. Decidí que podía continuar y volver a experimentar esas sensaciones de calor extremo, ir más hacia adentro de mí mismo.
Y así fue, durante lo que pareció una eternidad. Cada vez que volvían a abrir la abertura, más gente salía hacia afuera. Ya nadie se sentaba, todos estirados en el suelo, buscando el fresco de la tierra. Me sentía lleno de barro, al mezclar esta con el sudor y el agua que, a veces, el temazcalero lanzaba con su rama empapada. Qué gozo sentir esas pocas gotas en la piel, en contraste con ese infierno.
Pensé en cómo ayer estaba temblando de frío encima de una moto, conduciendo bajo la niebla y la lluvia y cómo hoy estaba asándome vivo. El contraste de los extremos.
Al cabo de no sé cuanto tiempo, dejé de desear salir de allí, me rendí a la experiencia, como se suele decir. Pasaba un calor horrible, pero no sufría tanto, lo experimentaba ya desde la curiosidad de nuevo.
Mi corazón seguía acelerado constantemente, pero ya no lo sentía como una sensación desagradable, sino como algo que estaba en mí y de lo que no surgía ningún problema.
Al final, después de varias horas, debimos quedar 3 o 4 personas, entre ellas también Lara, de las 15 que experimentábamos por primera vez el Temazcal. Los demás no habían podido soportarlo y habían ido saliendo progresivamente.
El momento en que me tocó a mí salir a gatas de la cabañita lentamente, sucio, cansado y deshidratado, fue glorioso. Respirar ese aire puro, fresco… una sensación increíble de alivio, gratitud y libertad.
Uno de los temazcaleros cogió un bol y lo llenó varias veces de agua para tirármela por encima. Madre mía. Qué pasada. Y acto seguido bajamos al río, donde me sumergí en esa agua fría con gusto. Me reía, saludaba a los compañeros de aventura, comentaba la jugada con Lara… una experiencia que vale la pena vivir alguna vez.
Más que nada por seguir experimentando dónde están los límites del cuerpo y de la mente. Por saber que las capacidades de uno mismo son mayores de las que creía.