Compartir un viaje en redes sociales

Compartir un viaje en redes sociales

Diez mil doscientos seguidores.

Esa es la cifra que marcaba Instagram cuando me desperté. Tenía casi cien mensajes privados sin responder, y eso que había dedicado las últimas horas de la noche anterior a asegurarme que no quedaba ni un solo mensaje en ‘no leído’.

Mi primer impulso fue empezar a contestar lo más rápido posible, porque quería hacer otras cosas de buena mañana y no me gustaba la idea de tener todas esas notificaciones pendientes y que se fuesen acumulando. Llevaba así casi dos semanas, dedicándole a la red social tres horas y media cada día, según las estadísticas de mi smartphone. Eso son veinticinco horas a la semana, más que lo que se dedica a un trabajo a media jornada.

Había dejado de escribir mi libro y aprender programación; entre la locura y las gestiones habituales del viaje y el publicar y responder en la red social ya no me quedaba tiempo para nada. Quizá no me importaría tanto si éste fuera mi trabajo, si quisiera ser influencer como profesión. Pero no, no es lo que quiero, y eso lo tengo muy claro: quiero escribir. Escribir libros y escribir en el blog y también programar, porque eso me ayuda a pensar mejor y me permite crear negocios. Me gusta viajar, experimentar cosas nuevas y emocionantes, pero para mi profesión prefiero las actividades intelectuales y tranquilas.

—No quiero ser famoso —le dije a Jion ayer en cierto momento de nuestra llamada.

—Deja de mentirte. Claro que quieres serlo: ser famoso significa llegar a más personas y todo artista quiere una audiencia: ¿Qué músico no quiere ser escuchado? ¿Tocar delante de nadie? —respondió tajante.

—Joder, eso es verdad —contesté, dándome cuenta en seguida de la tontería que acababa de decir. —Es cierto; a veces he imaginado como se siente el hecho de que que te reconozcan por la calle y te digan lo bueno que eres y hay una parte de mí a la que le encanta. E incluso poder fardar ante mis amigos… Aunque me parece raro reconocer esa sensación, como si no fuera algo correcto —reconocí.

—Claro, ¿a quién no le gustaría? A todo el mundo le gusta que le digan lo bueno que es… Pero, ¿de dónde viene la sensación? De tu miedo a no ser suficiente, de tu carencia, de tu sentimiento de inferioridad. ¿Es a eso a lo que vas a dar tu atención? —dijo.

—No, claro, total… Pero aparte de eso, quiero que mis escritos lleguen a las máximas personas posibles, por supuesto. Eso es lo que más me importa —proseguí.

—En realidad no: no necesitas llegar a todo el mundo ni al máximo de personas posibles, sino a las personas correctas. ¿De qué te sirve llegar a todo el mundo si la gran mayoría de gente está dormida? ¿Tu eres de los que prefiere la cantidad por encima de la calidad? -preguntó.

—No, obvio que no. Prefiero llegar a pocas personas y que sean las adecuadas, aunque sea solo una. Eso lo tengo muy claro —le dije.

—Ah vale, porque hay muchos que sí lo prefieren, es una especie de psicopatía. Quieren ser famosos a toda costa y en lo único que se fijan es en los números; acaban perdiéndose completamente en ellos, obsesionados. No les importan las personas ni las conexiones reales —dijo. —Fíjate como son las personas que tienen muchísimos seguidores, tu no eres uno de ellos.

—Ya… me he dedicado muchos años al marketing online, así que lo he visto de cerca. Yo no quiero eso. Y el problema que noto que cada día me escribe más gente y ya no puedo contestarles como a mí me gustaría. Tengo que responder de forma escueta, porque sino no tengo tiempo de más durante el día y eso no se siente bien. A mí siempre me ha gustado interesarme por la vida de mi interlocutor y ahora no puedo —le expliqué.

—Claro. Y ten en cuenta que cada nuevo seguidor con el que interactúas, es una persona que llega a tu vida y con el que realizas un intercambio de energía. Cuando aumentan los seguidores, tu energía se disipa en ellos —dijo.

—Espera, tengo que parar un momento, estoy sintiendo ansiedad. Ahora me da miedo que me siga más gente, jajaja —respondí.

—Jajaja bien, bien, siéntela —dijo Jion.

Cerré los ojos y sentí esa presión en el pecho y el corazón acelerado. Me dieron ganas de llorar también del estrés al que me estaba sometiendo en este viaje, pero no lo hice.

—Ahora tienes que seguir adelante. A lo mejor un día llegas a tener tantos seguidores que puedes vivir de esto o incluso ser rico, quién sabe —dijo. —Si todo crece podrías contratar a alguien que te ayude —dictaminó.

—¿Qué? No quiero ser rico —respondí. —Ni tampoco vivir de ésto, tengo suficiente para viajar durante mucho tiempo y estar tranquilo. Luego quiero seguir montando negocios online, que es lo que me gusta —dije.

—Claro que quieres ser rico. Cierra los ojos ahora, párate a sentir e imagínate cómo se siente el ser rico —dijo.

Cerré los ojos y sentí. Era cierto. Lo que me refería es que no necesitaba más dinero ahora mismo y que no quería meterme en más líos después de haber tenido un negocio durante ocho años, pero obviamente sí que quería ser rico.

—Siendo rico podrías construir un lugar para ayudar a personas sin hogar, podrías comprar un terreno en Portugal y crear una bonita comunidad, puedes hacer mil cosas —dictaminó.

En esta sociedad de lo políticamente correcto, parece hasta algo malo reconocer que uno quiere ser rico y famoso. Da ‘cosa’ decirlo en alto. Y como da cosa, uno acaba convenciéndose a sí mismo de que en realidad no, que no quiere ninguna de las dos porque ambas traen problemas. Y los traen, por supuesto. Siempre hay problemas, no existe una vida sin problemas.

No entendía como me estaba autoengañando tanto en la conversación ni cómo habíamos integrado el hecho de que no tenía que llegar a más personas, sino a las personas correctas, pero que a su vez no estaría mal seguir compartiendo y dedicando tiempo en hacer crecer una audiencia, si eso era posible. Pura dualidad.

Y es que si te imaginas diez mil personas todas juntas en un auditorio es muchísimo, pero en tema de redes sociales es muy poco, comparado con los grandes influencers. Si ahora ya me cuesta responder a todo el mundo, estoy seguro de que tener cien mil o un millón tiene que ser una auténtica locura. Allí la comunicación pasa a ser unidireccional por completo y eso es una pena, aunque es cierto que también se pueden encontrar algunas maneras de conectar, como por ejemplo hacer vídeos en directo e interactuar con parte de la audiencia.

Aun así, me está gustando mucho poder compartir lo que veo y siento con tantas personas. Recibo mensajes preciosos de algunos/as y me siento acompañado y privilegiado de poder mostrar esta pequeñita parte del mundo que visito.

—¿Cómo se siente la fama? —me preguntó mi amiga Irina picándome, en broma.

—Mal. No puedo responder bien a tantos mensajes. Y me sabe fatal —le respondí.

Gracias a todos los que me escribís.

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