Una depresión Espiritual
-O un par de tardes con Shrey, 60 minutos con Jion y tres horas con Ingrid-
Como comenté en su día en mi cuenta de Instagram, hubo un periodo durante este viaje en el que no solo no estaba cómodo, sino que incluso me hubiese apetecido dejarlo todo y volver a casa.
Se alargó más de lo que yo creía. Fueron unos tres meses en los que no encontraba mi sitio.
No me refiero a mi sitio físico, sino a mi lugar emocional. Si uno está bien puede sentirse bien en casi cualquier parte del mundo, mientras que si uno está mal puede sentirse mal también hasta en las situaciones o lugares más idílicos.
Al principio creí que era simplemente el cambio de rutinas, el haber dejado a mi gente y la comodidad de mi vida en España.
Poco a poco me di cuenta de que, a pesar de que por supuesto eso me afectaba, había algo más profundo. Era esa sensación de vacío subyacente que ha estado ahí durante tantos años en mi interior.
Lara me comentó que por qué no realizaba alguna sesión online con la psicóloga que tuve durante el último año que viví en Tenerife. Pero yo sentía que la solución no estaba ahí.
Que los psicólogos/as no me malinterpreten: en tres periodos diferentes de mi vida he realizado algunas sesiones con psicólogas y en todos ellos he aprendido cosas nuevas. Así como también he probado multitud de terapias alternativas de todo tipo, más el yoga, algunas drogas psicodélicas -hace ya años- y la meditación.
Pero siempre me pasaba lo mismo: sentía que esas sesiones, en el fondo, eran parches.
Parches que me hacían sentir mejor durante unas horas o días. Y que esos parches, además, podían llegar a ser infinitos: siempre había más cosas que sacar, más pasado que remover, más traumas y micro-traumas que descubrir, más análisis que realizar.
No es lo que necesitaba ahora.
Cuando estuvimos en Guatemala nos quedamos en un hostal espectacular con vistas al lago Atitlán. Mientras la señora del alojamiento nos enseñaba el lugar, nos mostró una sala muy bonita con vistas que utilizaban para hacer yoga o ejercicio.
Solo había una persona dentro, un chico de San Francisco con rasgos indios llamado Shrey. Nada más verlo, supe en sus ojos que era una buena gente y que nos caeríamos bien.
Y en efecto, pocas veces he conocido a personas con las que he podido compartir pensamientos y emociones tan profundas en tan poco tiempo. Pasamos horas y horas hablando y, en varias ocasiones, me comentó de pasada algunas cosas sobre su ‘maestro’ y lo que había aprendido de él.
A mi eso de maestro me parecía muy de monjes budistas shaolines.
En muchas culturas y épocas, los maestros o guías espirituales han ayudado a sus discípulos a alcanzar la iluminación, lo sé, pero al no haber nacido en esos lugares del mundo yo nunca he tenido uno. Y tampoco lo he buscado.
Me hizo gracia, pero no le di más importancia.
Cada uno siguió su camino. Pasaron las semanas y, como mi ánimo no daba signos de mejorar, se me ocurrió la idea: ¿por qué no probar y contactar con el maestro de Shrey?
Le envié un mensaje y me dijo que por supuesto, que me pasaba su contacto.
Así que escribí a Jion -ese era su nombre- y pronto quedamos para realizar la primera sesión: una llamada de una hora.
Él vive en Estados Unidos, así que sería en inglés.
No sabía qué esperar del asunto, pero quería probarlo.
Llegó el día y me llamó por Whatsapp. Qué curioso sigue siendo conocer a alguien por primera vez a través de una llamada.
Después de saludarnos, me dijo que le comentase un poco acerca de mi vida, y empecé así:
“Bueno, la verdad es que soy una persona feliz…” y bla bla bla.
Al cabo de un cuarto de hora de sus preguntas cortas y mis respuestas largas, empezó a darme su visión. Me comentó que muy poca gente con mi tipo de vida le había contactado a lo largo de los años: la mayoría venían a él porque realmente sufrían y querían una solución o ayuda respecto a su sufrimiento.
Yo no sufría externamente. He tenido siempre una vida muy privilegiada en todos los aspectos: una familia grande, multitud de buenos amigos y amigas, parejas, buena salud, educación, estabilidad financiera, libertad…
Pero yo no era feliz, según Jion.
No solo no era feliz, sino que estaba profundamente deprimido.
Tenía una depresión “espiritual” por llamarlo de alguna manera.
Me dijo que muy pocas personas con mi situación pueden mejorar en ese aspecto, que probablemente sea una de las pruebas de vida más complicadas que existen.
El problema es que lo tienes todo. Y cuando lo tienes todo puedes “tapar” esa llamada, ese propósito de vida o esa inquietud interna con las situaciones o placeres terrenales.
Y asi es.
Siempre he estado buscando más placer: más libertad, más dinero, más chicas, más experiencias, más viajes.
De hecho, he diseñado toda mi vida alrededor de esa libertad y ahora la he llevado hasta el extremo: la libertad de viajar por el mundo sin billete de vuelta y hasta cuando quiera, la libertad de tener mi propio negocio y no tener jefes, la libertad de no estar casado, de no tener hijos, de no estar comprometido con ninguna causa externa.
Y ese exceso de libertad es lo que te está matando por dentro. -dijo Jion.
Además, cuando todo está bien en tu vida, tu estás bien, pero si algo cambia y te hace sentir incómodo, pierdes tu centro y tu paz.
Justo lo que me había pasado en el viaje, al cambiar mis rutinas.
Sin conocerme apenas, podía sentir como todas sus palabras eran totalmente ciertas. Resonaban dentro de mí.
No solo me aterra la falta de libertad, sino el mero pensamiento de poder perderla en algún momento.
Al no comprometerte con nada, tampoco estás comprometiéndote contigo mismo.
Y siguió con una analogía:
“Vives tu vida en una casa, representando tu interior. Cuando esa casa empieza a quemarse porque ocurren situaciones que te hacen sentir incómodo, simplemente cambias de casa. Porque puedes hacerlo. Te vas a una casa nueva. Con el tiempo, por supuesto, esa casa empieza a calentarse también y a quemarse. Entonces cambias otra vez. Y así todo el tiempo.”
Puedo cambiar mis situaciones de vida en cuanto me siento incómodo con ellas.
“Pero llegará un día, poco a poco, si no cambias las cosas, en el que no puedas escapar. Cambiarás de casa y esa otra casa nueva ya estará quemándose en cuanto llegues.”
Interesante.
Fue una charla de una hora reveladora y divertida. Quedamos en hablar una vez al mes. Mis deberes eran, hasta la siguiente sesión, darme cuenta de que realmente mi interior estaba así.
Pocos días después conocí a Ingrid, una chica Colombiana que vive en Bogotá.
Sentí en seguida esa conexión con ella, como cuando vi a Shrey. Y en pocos minutos, ya le había contado toda esta charla con Jion.
No lo digo de forma personal y perdona si sientes que me entrometo demasiado, pero te toca dejar a Pablito, al niño que busca solo la diversión, el placer y el pasarlo bien y pasar a ser Pablo.
A mis 35 años.
Encontrar algo más allá de ti. Un propósito.
En vez de llenarte, como has hecho siempre, te toca vaciarte. Te has llenado de experiencias, de placeres, de tiempo para ti, de trabajo enfocado en tí mismo, ya sea trabajo profesional o trabajo interior. Es posible que te toque probar lo contrario, comprometerte con algo externo aunque duela, aunque sientas tu libertad coartada. Hasta el punto que te vayas a dormir cada día con esa sensación de agotamiento pero de felicidad, de haber cumplido lo que tenías que cumplir.
Por supuesto, todo ésto solo son conversaciones.
No voy a dar un giro radical ahora mismo a mi vida solo por ellas. No son la pura verdad, sino indicios de la misma. Pero sí que es posible que me muevan en una dirección ligeramente distinta a la que estaba acostumbrado.
Y esos pocos grados de diferencia en el timón hacen que, años más tarde, acabe en otro puerto distinto al que iba a llegar si simplemente hubiera seguido recto.
¿Mejor o peor? Nunca se sabrá.
Y así, mediante experiencias que van ocurriendo y personas que voy conociendo, voy aprendiendo durante el viaje.