Lo que el Lago me enseñó
Hace ya una semana y media que nos despedimos de Guatemala para dar la bienvenida a El Salvador.
Hace justo ese mismo tiempo que ronda por mi mente la idea de escribir un post narrando todo lo que el Lago Atitlán trajo a mi consciencia.
Sin embargo, había estado posponiendo el momento por lo que yo creía que era falta de tiempo, pero que, en realidad, ahora me doy cuenta que era porque sabía que sería un momento intenso y al que tendría que dedicarle mucha energía emocional.
Estuvimos en el Lago durante una semana, la cual, durante nuestra estancia trascurrió un tanto despacio, pero, cuando nos fuimos, sentimos que habían sido tres días.
Ocurrieron muchos cambios de planes e imprevistos: nos hospedamos en dos airbnb diferentes, yo -Lara- me fui a un workaway para ahorrar dinero y vivir una experiencia nueva, en la cual solo duré un dia por las pésimas condiciones que comento en este artículo; busqué cada día algún otro lugar (tanto en workaway como en couchsurfing) para alojarme, sin ningún resultado; nos fuimos del lago al cabo de una semana, cuando pensabamos estar una semana y media o dos… Y así varios sucesos.
Dejando a un lado el esterés e inestabilidad que esto supuso, nuestros días allí fueron, sorpendrentemente, muy tranquilos y emocionantes al mismo tiempo.
El airbnb donde nos hospedábamos estaba en lo alto de una ladera con unas vistas panorámicas únicas hacia el lago y los volcanes. Está especialmente diseñado para personas que practican yoga y meditación; de hecho, dispone de una sala de madera bastante amplia con un ventanal cara al lago y material para hacer estas actividades.
El ambiente allí era muy relajado y buena onda. Todo el mundo se iba a dormir a las 7 de la tarde y se despertaba a esa misma hora por la mañana. Cada uno tenía su propio ritmo vital, compartiendo el gusto de leer en las hamacas, trabajar silenciosamente en la “common room”, cocinar comida muy sana y hacer ejercicio.
Todos eran viajeros como nosotros, que vienen y van “de” y “a” diferentes países de Latinoamérica. Dos amigas de Francia con las que hablábamos una mezcla de inglés y español (y que luego, por cierto, nos las volvimos a encontrar de casualidad en el airbnb donde nos alojamos en Antigua), otra pareja de Francia que llevaban viajando juntos más de un año y medio, una chica de Alemania que ya volvía a su país porque sufre de una enfermedad que la obliga a tomar unas medicinas que no se comercializan en Latinoamérica… En resumen, mucha diversidad de personalidad e historias.
Nuestros días allí estuvieron llenos de actividades y movimiento, especialmente para mí.
El primer día (domingo) cambié de pueblo para ir al workaway, al día siguiente volví con Pablo a San Marcos.
El martes quedamos con un chico que conocí por couchsurfing que nos invitó a comer a su casa con una amiga suya para, supuestamente, presentarme a un compañero que me podría alojar en su casa (spoiler: nunca lo llegué a conocer porque no fue a comer).
El miércoles fui de nuevo a Panajachel, donde había sido mi workaway, porque se me había olvidado devolver la llave de la habitación, y visité otro pueblo (para llegar tenía coger dos lanchas) en el que conocí a un chico de padres españoles que han vivido toda su vida en el Lago Atitlán e hicimos kayak juntos.
El jueves Pablo y yo quedamos para cenar con Tara, una chica de Alemania que conocimos en el autobús que cogimos para cruzar la frontera de México a Guatemala y que también estaba alojándose en San Marcos; y, cuando llegó el viernes, ya teníamos que volver para Antigua.
Entre tantas personas conocidas y lugares visitados, pude tener momentos de solitud y quietud para aprender, asimilar e integrar todo lo que estaba viviendo, además de ser consciente de muchos aspectos de mí misma.
Empezando por lo más simple, tras coger tantas lanchas para ir de un lado a otro y tras haber sido timada por ser turista un par de veces, aprendí una buena táctica para que esto no sucediera y pagar el mismo precio que las personas locales. La clave estaba en llevar ya el dinero justo en la mano: no sacralo de la cartera delante de los cobradores ni dar un billete esperando el cambio.
Así, cuando tenía que pagar, me bajaba del barco, les daba el dinero contado y seguía caminando decidia hacia la salida. No había chance a que me dijeran un precio mayor ni que me estafaran con la devolución. Las primeras veces cometí el error de preguntarles cuál era el precio y sacar el billete delante de ellos, por lo que me cobraron el doble de lo que debía ser y, encima, me devolvían menos cambio de lo que correspondía.
Lamentablemente, las cosas muchas veces funcionan así, te ven con cara de turista que desconoce la moneda local y los precios de las cosas y aprovechan para inflarlos y engañarte. Aprendí que primero debo de preguntar a los locales el precio y leugo mostrarme segura, como si no fuera la primera vez que estoy en ese sitio.
En segundo lugar, me sorprendí con mi capacidad para improvisar y buscar alternativas y soluciones a los problemas. Cuando sucedió lo de workaway, enseguida pensé: “bueno, la primera solución y la más fácil es volver con Pablo al airbnb”, pero, si quería ahorrar dinero, tenía que buscar otra opción.
Entonces decidí acudir a otro hostal que había en la zona y que alguien me había dicho que allí también acogían a voluntarios, pregunté y dí mis datos para que me informaran (al final reusltó que nunca me llamaron, pero oye, yo lo intenté); y también dediqué varias horas a contactar con personas de couchsurfing y otros workaways.
Ahora que ha pasado un tiempo y lo miro con distancia, me parece que no era una labor tan complicada y que, en realidad no había ningún riesgo ni peligro en la situación, pero, por suerte, siempre he tenido una vida muy cómoda y fácil, por lo que esta era una de las primeras veces que tenía que buscarme las castañas yo sola para salir del paso y así fue. So proud of myself en ese sentido.
Además, hay que tener en cuenta que cuando han ocurrido imprevistos de este tipo en el viaje, los hemos podido solcuionar juntos Pablo y yo, dos mentes lo hacen más fácil que una sola.
En tercer lugar, el lago me enseñó a pedir. Sí, a pedir cosas a otras personas. Muchas veces esperamos que los demás hagan, digan o nos den cosas, y, cuando eso no ocurre, nos decpecionamos y/o enfadamos. Sin embargo, si necesitamos algo que no tenemos, es tan fácil como preguntar a las personas que tenemos al lado, porque, probablemente puedan ayudarnos.
El “no” está asegurado, pero, al menos, así abrimos la posibilidad a que ocurra. De esta forma, ahora, cuando me hace falta cualquier cosa, solo pido y confío en la amabilidad de las personas. Esto hace que muchas situaciones sean más fáciles. Si no sucede, pues…. pregunto a otra persona.
Relacionado con este tema, pasamos a hablar de todas esas personas que conocí durante mi estancia en el Lago. Personas que me han mostrado un amor diferente a todo los tipos de amor que he conocido.
Es un amor que llamaría “amor del viajero”. Es el amor que sientes al viajar: un amor hacia las experiencias que estás viviendo y hacia las personas fugaces que vas conociendo. Un amor que da, que aconseja, que escucha, que pregunta, que cocina para los demás, que acompaña, que ríe, que habla diferentes idiomas, que hace la vida más fácil al resto.
Creo que es un amor que da sin pedir a cambio, porque sabe que recibirá, ya sea en el momento o en el futuro. En el lago compartí mi tiempo con muchas personas y, todas ellas, maravillosas. Gracias a ellas pude descubrir, por fin, la esencia de viajar con una mochila.
El desconocimiento y la incertidumbre, pero también las ganas, la emoción y la euforia. El sentimiento de conocer a personas con las que te encantaría compartir un mes entero, pero solo puedes compartir un desayuno porque ya se van a otro lugar.
Ahora bien, también me he encontrado con personas que son todo lo contrario. Personas que se aprovechan de las buenas intenciones de los demás, que no miran por el resto y que únicamente buscan su propio beneficio.
O las que aparentan ser de una forma determinada y luego se quitan el disfraz. Lo más curioso es que creo que este tipo de personas, muchas veces no se dan cuenta de que son así.
Siento que han construido un personaje a modo de mecanismo de protección. Es decir, ellos mismos han creado en su cabeza una idea de sí mismos, que corresponde a lo que ellos creen que es el ideal y que va a gustar a todo el mundo; de esta forma, no muestran su verdadero yo y evitan confrontar el sentimiento de no gustarle a los demás o no encajar en un tipo de ambiente.
Precisamente esta fue sensación que me dio en San Marcos.
Allí se ha creado una comunidad hippie en la que todo el mundo va vestido con ropa holgada, lleva rastas, piercings y tatuajes y come vegetariano/vegano. Yo sentía que cada persona con la que me cruzaba era exactamente igual a la anterior.
A esto hay que añadirle que todo el mundo allí hacía yoga y meditación, terapias alternativas y consumía, o había consumido en algún momento, drogas psicodélicas como la Ayahuasca.
Conocí a algunas de las personas con este estilo de vida, y, casual y curiosamente, todas me transmitieron lo mismo: un cierto aire de superioridad por haber vivido “x” experiencias e incomodidad por no ser como ellos.
Esto me llevó a entender que no hay nada más atractivo (para mí) que la sencillez y la humildad. No me importa que hayas hablado con los ancestros en tu ceremonia de Ayahuasca, si no saludas a las personas al entrar a un lugar.
No me importa que hayas descubierto un trauma de tu infancia al tomar peyote, si no tratas con cariño a los animales. No me importa que llores de emoción al tomar hongos, si no eres capaz de escucharme cuando te hablo sobre mí. No me importa que hables de la marihuana como medicina, si no eres capaz de tener conciencia del mundo sin tomar psicodélicos.
Y obviamente, no me importas ni me aportas, si crees que los demás estamos en un plano de la existencia inferior al tuyo por no haber experimentado lo mismo que tú.
Y con esto, señores, termino de describir y escribir acerca de todo lo que, en una sola semana, el Lago Atitlán me enseñó.
Gracias, laguito por las vistas que me regalaste cada día, gracias personas que allí estaban por enseñarme tanto, y gracias a mi misma por darme de la oportunidad de experimentar, sentir e integrar cada momento.