10 días en Waka Wilka
Waka Wilka significa “lugar sagrado” en quechua, una de las lenguas indígenas de América del Sur que era hablada en el Imperio Inca (y aún hoy en día en varios países de la zona).
Así decidió llamar a su finca Steve, un inglés que se trasladó a vivir a la Colombia rural hace más de 15 años.
Encontramos el lugar otra vez gracias a Workaway. Como suele ser normal en estos casos, proporcionaba el alojamiento gratis a cambio de 3 horas de trabajo al día, de lunes a viernes.
Para llegar, tuve que coger un bus desde la gran ciudad de Cali a la pequeña ciudad de Popayán (4 horas), otro desde allí hasta el pueblo de San Agustín (6 horas), una furgoneta de 20 minutos y luego finalmente un mototaxi de un cuarto de hora para llegar a la finca.
Los mototaxis aquí son simplemente motoristas que te llevan de un lado a otro. Les puedes escribir por whatsapp y te vienen a buscar donde quieras, casi a cualquier hora del día. No llevan casco ni tampoco te dan uno a ti, no porque sean unos inconscientes, sino porque, según me contaron, en su día el casco servía a algunos -no sé si traficantes, paramilitares o delincuentes- para ‘ocultarse’.
Y también pueden llevar a otras personas al mismo tiempo, si les va de paso.
El primer día íbamos tres en la moto: una niña encima del depósito, Dago -el taxista- y yo atrás con mis dos mochilas. Aquí es muy normal ver a familias de hasta 5 personas en una misma moto, o a niños de 11-12 años conduciéndolas.
En fin, que la finca estaba realmente lejos del pueblo más cercano.
Pero, como pronto verifiqué, tampoco me haría ninguna falta salir de allí. El terreno era enorme, con unas vistas espectaculares. La casa principal tenía 3 pisos, en los que había 5 habitaciones (con un total de 9 camas), dos baños secos, un baño con ducha, cocina, dos salas de estar y una sala enorme en el piso de arriba para hacer yoga, meditación o ejercicio.
Pero, además de eso, había otra casa más apartada -que alquilaban de vez en cuando a turistas, aunque esta vez estaba deshabitada- y otra edificación que era una sauna enorme en la que cabían unas 10 personas.
Y el río. Caminando 5 minutos llegabas al río, en el que había una cascada con una cueva en su interior. Un día fuimos a explorarlo río abajo y fue una de las excursiones más adrenalínicas que he hecho en la vida. Me encantaba.
Lo más impresionante de todo ésto es que todas esas construcciones habían sido construidas a mano a lo largo de 8 años, principalmente con bambú (un material súper resistente y flexible que crece en todas partes por aquí), barro, madera, paja y otros materiales sostenibles.
Por eso Steve tenía siempre a voluntarios en casa. Él solo no podría -ni sabía- hacerlo todo. De hecho, cuando llegó allí no sabía ni clavar un clavo, según sus propias palabras.
Y de eso quería escribir hoy. De cómo hay personas que deciden romper con todo y dar un vuelco tan radical a sus vidas.
Parece utópico: una vida en el campo Colombiano, donde casi siempre hace buen tiempo, construyendo tu casa con tus propias manos, viviendo en armonía con el medio ambiente, con multitud de animales, reciclando, cultivando, haciendo yoga y esas cosas que muchos creen que son de hippies, pero que siempre te hacen sentir tan bien.
Después de 10 días sin ponerme zapatos ni chanclas, andando descalzo todo el rato, sin haberme duchado ni una sola vez (iba dos veces al río, por la mañana y por la tarde. Y sí, tenía una pastilla de jabón jaja), durmiendo genial con ese silencio, mimetizando mi ritmo circadiano con la puesta y salida del sol, compartiendo momentos, conversaciones, excursiones y música con los demás, leyendo tranquilamente, sin ningun estrés y cocinando siempre comidas riquísimas, me planteé:
¿Sería capaz de hacer algo así?
No solo capaz, sino que, ¿realmente me gustaría? ¿Es esa una vida ideal?
Y es que, a lo largo de esos días, también pude vislumbrar algunos inconvenientes que se presentaban de forma continua:
- Al ser una casa tan grande, había lugares en los que se acumulaba la suciedad o el polvo o que simplemente necesitaban reparaciones.
- Al estar tan alejada del pueblo, había que comprar comida para muchos días de una vez.
- Al haber tantos animales en la finca, había que tener cuidado también con la transmisión de pequeñas enfermedades o la misma suciedad. Dos voluntarios se enfermaron de la barriga durante la estancia.
- Un perro de los cinco que había también se puso enfermo y no comió nada durante varios días.
- El agua corriente prácticamente se fué durante un día y medio, a causa de un corte en unas obras que estaban realizando en un monte contiguo, con lo que eso supone también en cuanto a capacidad de limpieza.
- Un día que llovió hubo goteras en una de las habitaciones y se mojaron dos colchones, porque calculamos mal al montar el tejado de la misma.
- El trabajo podía llegar a ser realmente duro o frustrante, según lo que se presentara.
Frustrante porque uno va aprendiendo siempre sobre la marcha. Aunque otros te enseñen, siempre hay variables que no contemplas, al no ser arquitecto, agricultor o carpintero.
Por ejemplo, montamos una puerta de bambú de media altura para que los animales no entraran en la casa, pero una vez finalizada, los niños se subieron a ella y las bisagras se doblaron. A montarla otra vez.
Duro porque hay días en los que tienes que hacer trabajos como por ejemplo el sacar piedras y arena del río para ponerlas encima de un tejado. A mí no me disgustó porque es parte de la experiencia, pero me pregunto como sería si ese fuese mi día a día. Si esa fuese mi vida.
Y no llegué a una conclusión específica, porque eso es algo que depende de muchas variables y de tu momento vital.
Sé que el vivir allí esos días me hizo mucho bien. Volví a sentir paz y a conectar conmigo mismo y con la naturaleza en muchos aspectos.
Pero también sé que el no ser el responsable de ese lugar me quitó la mayor parte de esa presión y es, en general, lo que permitió que me sintiese tan bien.
No me imagino cómo debe ser la vida de Steve, pendiente de sus dos niños, de los voluntarios, de los animales, de la construcción y reparaciones de la casa y todo lo que eso conlleva.
Supongo que, evaluando la situación, sus pros superaban a los contras.
Lo único que sé seguro es que para llevar este estilo de vida tienes que tener las cosas muy claras.