Sin Internet y sin Efectivo

Sin Internet y sin Efectivo

El Uber llegaba ya, según la aplicación le quedaba un minuto para aparecer por mi calle.

El problema es que yo aún estaba en el cuarto piso del edificio, cogiendo las dos mochilas y la bolsa con comida y dejando la llave de la que había sido mi habitación por solo unas horas. Cuando empezase a bajar las escaleras, ya no tendría datos en el móvil; estaba utilizando el wifi del alojamiento.

Bajé con cierta prisa con todo ese peso encima y, cuando iba por el segundo piso, ¡BAM! me caí con todas las cosas al suelo. Fue bastante gracioso, por suerte no lo vio nadie. Pero en ese instante supe que la caída no había sido buena, me había torcido el tobillo derecho.

Me levanté, recogí todo y bajé renqueando el resto de escalones. Cuando salí a la calle por suerte allí estaba el coche rojo, aun esperándome. No sabría que habría hecho si se hubiese ido: no habría podido volver a entrar al edificio porque ya no tenía la llave, tampoco tenía Internet y por allí no se metían los taxis. Lo que si tenía era un tobillo que no paraba de hincharse por momentos y encima estaba en Callao, el barrio más peligroso de Lima con diferencia.

Es quizá el momento más delicado, cuando acabas de llegar a un país y no tienes lo básico, porque aún no te ha dado tiempo de conseguirlo. Internet y dinero en efectivo. Casi como el aire para respirar y el agua para beber.

Así que éstas son las historias de lo que me pasó el primer día en los últimos 4 países que he visitado: Perú, Bolivia, Argentina y Brasil.

Perú

El problema principal de Perú es que mi avión procedente de Bogotá aterrizaba muy tarde, a la una de la mañana. Yo no quería visitar Lima, porque todo el mundo me había dicho que la ciudad no tenía nada de especial, así que mi idea era pasar una sola noche en un airbnb al lado del aeropuerto y al día siguiente irme directo a Punta Hermosa, un pueblecito a una hora de distancia, para hacer surf.

El problema es que no sabía yo que el barrio era Callao, el más peligroso de la capital. Pretendía ir caminando desde el aeropuerto hasta el alojamiento, a solo diez minutos según Google Maps. Pero en seguida varias personas que conocí allí mismo en el aeropuerto me lo desaconsejaron. Tenía que coger un taxi si o sí. Un turista perdido de noche era demasiado reclamo.

Por suerte había un cajero en la salida y saqué algo de efectivo, en todos los aeropuertos grandes hay alguno.

Uno de los taxistas me cayó bien y decidí ir con él. En menos de 5 minutos estábamos en la puerta del edificio, pero me comentó que me esperaría hasta que me abrieran. Y suerte que lo hizo, porque nadie respondía al interfono. Y yo no tenía datos en el móvil.

Después de 5 minutos llamando sin respuesta, se me ocurrió pedirle al conductor que me compartiera los datos para yo poder enviar un mensaje por Whatsapp a la persona que se ocupaba del alojamiento. Y así por fin bajaron a abrirme. Eran las 2 de la mañana.

Si el taxista no se hubiese quedado, no sé que habría hecho.

En fin, a la mañana siguiente me desperté temprano. Mi idea era coger un Uber hasta una tienda de Claro -un operador de móvil- que había en un centro comercial a unos 45 minutos de distancia, comprar una tarjeta SIM y luego ya desde allí coger el bus hasta Punta Hermosa.

Siempre, antes de llegar a un país, miro en Google Maps donde hay una tienda de éstas cerca de donde me voy a quedar. Es básico.

En este punto es cuando me torcí el tobillo.

Si nunca te ha pasado, cuando te lo acabas de torcer aún puedes caminar durante un buen rato y la cosa parece que no es tan grave. El problema es cuando se empieza a hinchar. Mientras estaba en el Uber, iba moviendo el pie de un lado a otro, esperando que solo hubiera sido una tontería.

Pero cuando me dejó a las puertas del centro comercial supe que no había nada que hacer. Casi no podía apoyar el pie y mi tobillo parecía más una pelota de tenis que otra cosa.

Para más inri, me equivoqué de tienda (se ve que había dos de Claro) y estuve esperando unos 20 minutos absurdamente. Cuando me mandaron a la otra, casi no podía llevar mis mochilas. En la segunda tienda, también tuve que esperar más de media hora y, aunque al final pude sentarme, mi tobillo me dolía y se hinchaba cada vez más.

Por fin conseguí la preciada tarjeta SIM y pude determinar qué demonios hacer con esa situación. No podía ir a hacer surf ni a ninguna parte, así que acabé quedándome una semana y media en un hostal que me encantó, conociendo a muchísimas personas y descubriendo que Lima y su gente son encantadores.

Bolivia

En Bolivia tuve más suerte que en cualquier otro país. Realmente es un lugar especial.

Esta vez tenía que pasar la frontera a pie. Literalmente caminando. Un mototaxi Peruano me dejó a unos 200 metros del paso. Mientras caminaba hacia allí con las mochilas a cuestas, vi una caseta de cambio de moneda. Aproveché para dejar allí todos los Soles que me sobraban -la moneda de Perú- y obtener a cambio algunos bolivianos. Primer problema solventado, ya tenía efectivo.

Sabía que en cuanto cruzase al otro lado, me quedaría sin Internet. Escribí al tipo de Booking, la web donde había reservado el hostal en Copacabana. Víctor. El tío estaba en todo, me dijo que el wifi del alojamiento llegaba hasta la puerta de la calle, así que podía conectarme al llegar y avisarle entonces. Hice una captura de pantalla a la contraseña del wifi para tenerla luego.

Otro punto esencial es poner un “pin” en Google Maps del lugar al que vas a ir. Aunque no tengas datos, te sigue mostrando donde estás y puedes ubicarte fácilmente. Bendito GPS.

Pasé el control de aduana rápidamente y después estuve caminando unos minutos hasta encontrar una furgoneta que hacía de taxi. Solo se podía pagar en efectivo, pero por suerte lo había cambiado antes.

Llegué a la puerta de la bonita casa, me conecté al wifi como me dijo Víctor y en seguida apareció él con la moto. Me dijo que dejase mis cosas y me llevaría al pueblo (que estaba a 15 minutos de distancia a pie) para conocer a sus amigos.

Le comenté que necesitaba pasar por algún sitio a comprar una SIM, así que también me llevó en moto hasta la tienda y esperó hasta que ya tenía todo instalado y luego sí, fuimos a pasar la tarde en el bar con el conjunto de personas más variopintas que me he encontrado en el viaje.

¡Un gran tipo Víctor!

Argentina

A Buenos Aires llegaba en avión. Como sabemos, en todos los aeropuertos hay un ATM, el problema es que, estando el país como está y la inflación por las nubes, sacar dinero de un cajero es lo más desaconsejable para un turista.

Pero no tenía otra alternativa, ya que no llevaba muchos billetes de otros países encima y tampoco veía ningun stand de “exchange”, de cambio de moneda. Así que tuve que tragarme 9 eurazos de comisión por sacar unos 30€ al cambio. Horrible, pero al menos ya tenía algo de cash.

Como no tenía datos, me conecté al wifi gratuito del aeropuerto y miré si era posible pedir un Uber. No lo era, porque los coches no llegaban hasta la zona en la que yo estaba y, si me alejaba, perdía la conexión.

Así que decidí coger un bus hasta una plaza del centro donde había, en teoría, una tienda de Movistar, preguntando a la gente cuál era el número de colectivo que me llevaría hasta allí.

El problema es que, al llegar a la plaza una hora más tarde, la tienda de telefonía estaba cerrada. No recordaba que era sábado por la tarde. Así que me puse a caminar buscando a alguien que vendiera tarjetas (en muchos países de Sudamérica las venden en algunas tiendas o stands callejeros) y por suerte encontré un pequeño stand donde si que tenían.

La puse en el móvil como pude, cargando con las mochilas y la chica del stand me dijo que lo mejor sería que no sacara el teléfono por allí, porque era un barrio más bien chungo. Así que me fui a un McDonald’s que había al lado y entré. No conseguía que los datos funcionasen, la tarjeta tenía que activarse manualmente por un operador y tardaría unas horas. Así que se me ocurrió conectarme al wifi gratuito del McDonald’s, avisar al tio del alojamiento que ya iba para allí y pedir, ahora sí, un Uber.

El chico del Uber era simpatiquísimo, también viajero pero de los que van en moto. Me preguntó que qué hacía en un barrio tan peligroso con todas esas cosas encima y le conté la historia. A lo largo de los siguientes días me di cuenta de que me había metido en el peor barrio de Buenos Aires, llamado Constitución. Como no.

El caso es que me dejó en la puerta del edificio y se fue. Hacía mucho frío. Llamé al interfono y nadie respondía. Qué raro. Si le había dicho que llegaba en unos minutos. Pero nada, no había manera. Piqué durante unos 15 minutos. En ese barrio no había nada ni nadie a esas horas. Y realmente hacía mucho frío. Pensé que, a malas, podría ir caminando a un hotel.

No sabía que hacer, así que se me ocurrió ir a la frutería de enfrente, que era el único sitio que parecía abierto, y preguntarle al dueño si tenía wifi. Sí, tenía. ¡Mil gracias!

Una vez pude conectarme y enviarle un mensaje, el dueño del airbnb se disculpó y me dijo que estaba su suegra en el piso esperándome, que era mayor y que seguramente no me habría oído. La llamó y por fin bajó a abrirme. A la mañana siguiente por fin pude conectar los datos del móvil y hacer que el Internet funcionase.

Brasil

A Brasil llegué anteayer en autobús. Solo era un trayecto de media hora, porque las dos ciudades -‘Puerto Iguazú’ de Argentina y ‘Foz do Iguaçú’ de Brasil-, están al lado una de la otra.

Como siempre, había marcado en el mapa donde estaba mi alojamiento (un hospedaje, aquí lo llaman ‘Pousada’) y la tienda de telefonía más cercana. Me quedé otra vez sin Internet una vez pasamos la frontera.

Por suerte -yo no tenía ni idea- el bus me dejó a seis o siete calles de la tienda de Vivo, el operador brasileño. Si me hubiese dejado más lejos hubiera tenido que caminar muchísimo cargado con las mochilas, porque no tenía efectivo para pagar ningún taxi ni datos para pedir un Uber.

El caso es que intenté sacar dinero de varios bancos sin éxito. Llegué a la tienda y, después de que la chica me comentase las opciones que había, me dijo que justo ese día el TPV no les funcionaba y no podía pagar con tarjeta.

Así que nada, decidí irme caminando directamente al hospedaje. Llegué al cabo de unos 20 minutos y allí si que había alguien en recepción así que, por fin, pude conectar el wifi. Me comentó que a varias calles de distancia había un supermercado enorme con cajeros donde seguro podría sacar dinero, así que después de dejar las cosas fui para allí y, media hora más tarde, llegaba de nuevo a la tienda de telefonía para comprar la tarjeta SIM.

Conseguido.


Es curioso como hoy en día dependemos tanto de Internet, como viajeros y como personas, para ‘sobrevivir’. Antes la gente iba con mapas y preguntando a todo el mundo, no tenían whatsapp ni Uber ni nada. Hoy casi no sabemos qué hacer sin esas opciones.

Así que es realmente curioso vivir estas pequeñas experiencias y verificar como todo se acaba arreglando de una manera u otra, casi siempre involucrando a otras personas desconocidas que, sin pedir nada a cambio, te ayudan amablemente.

Mil gracias a todas ellas.

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