¿Cómo decido dónde ir y qué hacer al viajar?
“Tiempo en Florianópolis”
…
”Tiempo en Mendoza”
Esas eran las frases que acababa de escribir en sendos recuadros de búsqueda de Google, en varias pestañas del navegador.
Abrí los resultados, varias webs, para estudiar las diferencias de temperatura entre esas ciudades de Brasil y Argentina en el mes de Mayo.
En este caso, iba a decidir mi próximo destino viajero en base al calorcito, pero me es curioso reflexionar acerca de cómo he tomado las decisiones de dónde ir y qué hacer al viajar con una mochila por un continente entero.
La idea al empezar este viaje era ir siempre hacia el Sur, bajando desde México hasta Argentina. Algo que no tiene pérdida. El hecho de empezar por México era porque el vuelo desde España era más barato allí que a cualquier otro destino Americano, nada más.
Pero el caso es que queríamos estar solo 3 meses en este continente, luego 3 meses más en Asia y 3 en África, algo completamente surrealista y absurdo. Nos dimos cuenta nada más pasar unas pocas semanas en Yucatán de que eso no tenía sentido y que, si queríamos visitar la mayor parte de países en Centroamérica y Sudamérica, nos iba a llevar bastante más tiempo.
Así que, una vez aterrizados en Cancún, empezamos a informarmos de cuál era el siguiente destino visitable. Y aquí es donde empieza el lío: un lugar que, idealmente, forme parte de la ruta que estamos siguiendo (si vamos hacia el sur, que no esté más al norte por ejemplo), que no nos haga “desandar” nuestros pasos para continuar después, que tenga algo curioso o característico o que simplemente sea bonito y que no sea muy caro ni se tarde mucho en llegar hasta allí.
O que, como en nuestro caso, nos acepten en un Workaway en ese lugar.
Y así vas buscando varios destinos y, como generalmente no los conoces de antemano, es casi como tirar un dado de la suerte. Porque claro, no es solo que vayas a la mejor ciudad / pueblo según tus preferencias, sino que luego encuentres un alojamiento en un barrio o zona que te guste. Y, como digo, eso es algo que no sabes hasta que llegas allí. Un mismo destino te puede parecer maravilloso o una auténtica basura dependiendo solamente de la suerte: la suerte del barrio, del alojamiento, de las personas que conozcas, de la comida que comas, del tiempo que haga o de las casualidades que te ocurran.
Sí que es verdad que, a medida que avanzas, te creas tus propias estrategias para “acertar” lo máximo posible, en base a errores previos. Yo casi nunca busco información de los lugares a los que voy a ir, porque me gusta más el factor sorpresa, pero me di cuenta por ejemplo que lo mejor era siempre buscar en Google “los mejores barrios de …” para cada ciudad y de ahí ver cuánto se tarda en Google Maps para llegar a otros lugares de la misma metrópolis, con tal de no acabar en la periferia ni en sitios demasiado extraños.
Entendí que los viajes de más de 8 horas en bus no eran lo mío, y menos viajando de noche. Acababa demasiado cansado, comiendo mal y poco, y no me valía la pena. O no moverme más de dos días seguidos de lugar tampoco era lo más saludable para mi cuerpo.
Me di cuenta también que, la mayoría de veces que llego a un lugar no me convence, no me acaba de gustar o a veces incluso me disgusta mucho. Sea el lugar que sea. Y, a medida que pasan los días y me voy familiarizando con el sitio, ese sentimiento se diluye y se torna en su opuesto. Me siento cómodo en lo conocido y empieza a encantarme.
Pero lo que más gracia me hace son las casualidades.
Empezando por las personas que conoces, que te dicen los lugares que a ellas les han gustado. Siempre me los he apuntado en el mapa para, si se daba la ocasión, visitarlos yo también. Nada mejor que las recomendaciones personales.
Luego es posible que conozcas lugares de oídas o medio famosillos y quieras ir a verlos, léase Machu Picchu, Salar de Uyuni, cataratas de Iguazú… y modifiques un poco tu ruta para visitarlos. O que quieras practicar algun deporte específico, como el surf y vayas a una playa que de otra manera no habrías visitado. O que, como me pasó a mi, leas un libro y te apetezca entonces escalar una montaña y cambies todos tus planes en base a ello.
Y eso que solo estoy hablado de los destinos. Luego hay otro tema igual de peliagudo, que es qué hacer cuando llegas a cada nuevo lugar, en tu día a día. Si vale la pena visitar algún monumento o ruina en concreto, algún barrio pintoresco, un museo, salir de noche o ver una zona natural. Si es mejor moverse en Uber, en taxi, caminando o en autobús. Si es mejor quedarte en un hostal, en un hotel o en un Airbnb. Si es mejor comprar en el súper y cocinar o ir a restaurantes.
Es una toma de decisiones constantes. Igual que en la vida, casi nunca puedes estar del todo seguro de si estás haciendo lo correcto, así que tienes que confiar en tu instinto y en el destino. Sabes que, con cada cosa o lugar al que decidas ir, otras puertas se cierran, otras vivencias paralelas desaparecen, otros lugares posibles quedan sin visitar y otras personas también sin conocer. Probablemente para siempre.
¿Son todo puras casualidades?
Me fascina el hecho de que tengamos tanta libertad de decisión. Me fascina que toda una experiencia vital dependa tanto de la suerte, del momento en el tiempo y en el espacio en el que están ocurriendo las cosas.
En este viaje he tomado multitud de decisiones importantes para el mismo en base a sentimientos de malestar o de bienestar. Muchas veces de forma totalmente impulsiva. Y al final no han sido mejores o peores decisiones, simplemente porque no sé -ni nunca sabré- que habría ocurrido de escoger otra cosa diferente.