La soledad del viajero

La soledad del viajero

Allí me volví a sentir solo. Es en esos momentos, cuando estoy en un lugar que no me convence y no tengo a nadie a mi lado con quien compartir, cuando me planteo qué estoy haciendo: por qué viajo, por qué me meto en esos fregaos. Qué sentido tiene todo ésto.

Y racionalmente reflexiono que mi objetivo último es tener una visión global de cómo viven las personas en el resto del mundo: cómo hacemos los humanos para adaptarnos a tantos entornos, climas y culturas distintas. Y esa es una parte fascinante, sí. Pero luego pienso que lo que hago quizá no es suficiente; no vivo como ellos ni con ellos. Solo lo veo desde fuera durante unos días o semanas. Al final, aunque yo quiera autoconvencerme de que soy un viajero, soy un turista más. Simplemente un turista con mucho tiempo entre mis manos.

Y luego vuelvo a reflexionar, esta vez más profundamente, porque el dolor de la soledad sigue allí y quiero que se vaya. Y pienso que, si descubro el motivo último por el que estoy en ese país perdido, ese dolor se irá como por arte de magia (cosa que nunca ocurre, solo se difumina con el paso del tiempo). Y veo que los viajes me dan una identidad viajera, algo muy cool hoy en día, casi un tema de estatus. Mientras la mayor parte de la sociedad está trabajando, yo soy libre y estoy viviendo aventuras. ¿Pero qué aventura es estar solo en una ciudad de la otra parte del mundo? ¿A quién beneficia si no puedo compartirla? A mí no, eso seguro. No tiene sentido.

Le paso estos dos párrafos por whatsapp a mi amigo Carlos. No pretendo publicarlos, es solo una reflexión entre tanta muchas otras de cómo me siento en un momento dado del viaje. Pero él siempre me da un buen feedback de mis escritos:

—Me encanta. Una reflexión digna de ‘Into the Wild’ —dice en su tono jocoso habitual. —Creo que tienes la llave de tu subconsciente… estás en camino de descubrir la verdad última de por qué haces lo que haces. Yo estoy, por el contrario, viendo mis días pasar en la más absoluta de las rutinas —prosigue — Tengo cansancio y agotamiento mental, me doy cuenta de que no tengo un minuto libre. Mi vida es trabajo + bebé —haciendo alusión a su hijo Adrián, de un año de edad. —No tengo energía a veces ni de leer tumbado en la cama. Estoy en un loop sin salida aparente —finaliza, enviándome un GIF de la película de ‘El día de la marmota’.

—Jajajaja —me río por la imagen. —Te entiendo tío, tiene que ser complicadísimo. Una sensación de la que no puedes escapar, porque no puedes dejar el curro ni dejar de atender a tu hijo. En este caso pocos consejos se pueden dar… más que sentir el apoyo de otras personas, saber que no va a ser así toda la vida y simplemente sentir esas sensaciones, haciéndolo lo mejor posible cada día —le escribo.

—Esto es lo que más me atrapa —escribe, haciendo alusión a que no puede dejar su trabajo ni a su hijo — No tengo opción B. Tengo que aprender a abrazar esta etapa, porque no puedo escapar. Y tú lo contrario jajaja. Puedes escapar siempre que quieras. De hecho tu vida es la no-rutina —reflexiona.

—Lo cual me crea todos mis problemas. Es una paradoja brutal —le digo.

—Qué curioso, ¿no? Vivimos situaciones diametralmente opuestas y, en el fondo, anhelamos un poco lo que tiene el otro. Al menos por mi parte, me gustaría ser un poco tú. De vez en cuando al menos jajaja. Pero es el quid de la vida: siempre nos atrae algo que no tenemos o no vivimos —dice.

—Te juro que yo igual. Pienso tener una pareja estable y una rutina, qué tranquilidad. Pero solo de vez en cuando, sí, jajaja —contesto.

—Al final es la imagen que yo tengo de lo que tú estás viviendo y la que tu tienes de lo que yo vivo, según lo que nos contamos: es un prisma bastante subjetivo. Me hace mucha gracia que me veas con pareja estable, hijo y rutina, y digas ‘qué tranquilidad’, pero yo no lo vivo de esa manera—contesta en un audio. —Desde fuera podría parecerlo. Es verdad que tener una pareja estable da tranquilidad, pero lo del hijo y el curro… eso depende mucho de cómo sea cada uno.

Si yo fuera diferente, quizá estaría ya tranquilo y satisfecho con lo que tengo. Pero quiero montar una empresa, viajar, algo más en plan lo que tú haces (quizá a menor escala, pero en esa línea). Y ahora me siento atrapado en una rutina de la que no puedo escapar. Tengo trabajo fijo en oficina y un hijo. Son como dos menhires que no se pueden mover —haciendo alusión a los de Astérix y Obélix—. ¿Se pueden limar? Quizá, cuando Adrián crezca, será la mitad de pesado, pero ahora son dos tótems clavados al suelo.

Y tú al revés. Estás viajando a saco, con un proyecto vital brutal, pero con esa turbulencia constante, como si fuera una peli de Jason Bourne, 12.000 fotogramas por segundo. Inputs a tope: olores, vista, sonidos, todo a la vez. Por eso necesitas de vez en cuando algo de calma, un poco de estabilidad, unos menhires en tu vida que te anclen un poco al suelo. Pero claro, solo de vez en cuando, porque si no te rallarías.

Entonces, nunca estamos al 100% a gusto con la vida que tenemos. O mejor dicho, con la vida que elegimos. Porque al final es una elección: nadie me obligó a tener una pareja, un hijo y un curro estable. Yo lo busqué. Pero tampoco estoy a gusto del todo. No sé, Pablo, creo que es la condición humana. Ya me dirás tú qué piensas —concluye.

—Tal cual. Porque yo imagino tu vida y la adapto a la mía. Pienso, “si yo tuviera una pareja, un hijo, un trabajo estable…” Pero no siento esa falta de tiempo libre que tienes tú, ni ese cansancio, ni el sentirme atrapado. Sólo me imagino la parte bonita, la que a mí me falta: la estabilidad. Así que, sí, es como tú dices, lo que nos montamos en la cabeza de lo que creemos que es la vida del otro. Al final, es solo una idea.

Y luego, cuando viajo, siempre me pasa lo mismo: acabo sintiéndome solo. Entonces me pregunto, ¿qué sentido tiene todo esto? Está muy bien vivirlo, es guay hacerlo, se lo cuentas a la gente y te dicen “¡Joder, qué plan de vida más guay!” y tal. Pero cuando lo estás viviendo, la mayor parte del tiempo es otra cosa. Estoy aquí en la India, perdido, con comida que no me sienta bien, todo sucio, las incomodidades… y pienso: ¿qué estoy haciendo con mi vida? Es interesante —le digo.

—Claro, pero esa es la cuestión: ¿Qué haces rodeado de mierda y comida spicy que te cagas? Detrás hay una búsqueda profunda de algo que anhelas encontrar. ¿Y yo qué hago atrapado en una rutina inamovible? ¿Por qué no estoy viviendo otra vida? Quizá mis años en el extranjero me han hecho “daño” y no quiero volver a pasar por esa inestabilidad —dice, en alusión a la época en la que su sueño era ser artista. —Todo esto es para comentárselo a un psicólogo, jajaja.

—Sí, ¿sabes qué pasa? Creo que tengo miedo de repetir eso mismo. Durante tus años en Alemania viviste demasiada libertad e inestabilidad, y luego buscaste justo lo contrario. Y pienso que a mí me puede pasar igual: estoy viviendo esta vida viajera, muy inestable, y este verano mientras estaba en casa sentí la necesidad de tranquilidad, de construir algo sólido y eso me asusta. Me da miedo sentirme atrapado o encerrado en esa vida, pero aún así me atrae cada vez más. Pienso en lo de tener raíces, pareja, una vida calmada… y cómo eso se siente como “hogar”, pero quizá es solo una reacción a la locura en la que estoy inmerso o es simplemente que me voy haciendo mayor, no lo sé.

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