Viajar Solo vs. Viajar Acompañado
Como comentamos en nuestra cuenta de Instagram, -donde solemos actualizar acerca de lo que estamos haciendo durante el viaje-, Lara y yo decidimos viajar por separado una temporada.
Digo una temporada porque no sabemos ni siquiera cuanto será, y es que ha llegado un punto en el que dejamos de hacer planes a largo plazo.
Antes tratábamos de adaptar el viaje a nuestras ideas preconcebidas (que países visitar, durante cuánto tiempo cada uno…), mientras que ahora ya nos adaptamos a lo que el viaje nos propone.
No es que estuviéramos cansados el uno del otro, ni mucho menos. Simplemente somos ambos personas muy independientes -nunca hemos compartido vivienda, por ejemplo- y el pasar tres meses y medio juntos prácticamente las 24 horas del día estaba creando dinámicas de pareja en las que no estábamos del todo cómodos.
Nunca hemos tenido una relación convencional, en muchos sentidos. Siempre hemos estado abiertos a experimentar y ésta es otra etapa de esa experimentación.
El caso es que, en cuanto nos separamos en Cali y cada uno se fue a un hostal diferente, los dos empezamos a vivir situaciones espectaculares por separado, de aquellas que solo vives cuando viajas solo.
No tengo otra palabra para describir esas situaciones que la “magia”, por muy esotérico que suene. Son situaciones de película, verdaderas coincidencias y aventuras.
Creemos que es algo que no se da de la misma manera cuando viajas en pareja porque entonces ya tienes constantemente alguien con quien relacionarte, con quien hablar. Cuando estás solo, la situación te fuerza a abrirte más a otras personas, buscas esa conexión social en otros viajeros o locales.
Y entonces empiezan a pasar cosas.
Conoces a personas de otra manera. No las conoces como “pareja”, sino como individuo. Tu mente actúa diferente, tu energía es completamente distinta.
Estos días estoy compartiendo un Workaway con varias personas, entre ellos una familia francesa con dos niñas de 11 y 9 años. Fabienne, la madre, me comentaba ayer lo mismo: que viajar en familia está muy bien, pero que no hay nada equiparable a viajar sola.
Aunque eso no quita que viajar con seres queridos sea una experiencia espectacular también (y muy necesaria).
Pero algo especial me ocurre cuando viajo solo con una mochila por el mundo.
En cierto punto, empiezo a disfrutar como no lo hacía desde niño. Empiezo a conocer personas nuevas que me traen alegría y aprendizaje. Empiezo a sentir pura libertad, en el verdadero sentido de la palabra: mi mente, al verse forzada a adaptarse a todo tipo de situaciones y rutinas nuevas, disuelve mis antiguos hábitos y mis autopistas de pensamiento y empieza a crear nuevas conexiones.
Lo que estoy queriendo decir es que empiezo a apreciar más el presente, el donde estoy y el qué hago. Me doy cuenta de que son situaciones únicas y muy temporales y entonces empiezo a apreciarlas y vivirlas más intensamente. Tanto lo bueno como lo malo.
Por supuesto, no es factible depender de una situación tan específica para poder apreciar la vida, tal y como escribí en su día en ‘viajar no era la respuesta’.
Pero ahora, con el tiempo, puedo ver este tipo de viajes no como algo de donde sacarme una identidad, sino casi como una especie de hobby, un lugar de disfrute.
Nunca había viajado en pareja hasta ahora, solo había compartido las típicas vacaciones o viajes cortos. Y ahora, visto en perspectiva, creo que el poder combinar ambos es una oportunidad única. Es por eso que, seguramente, a partir de ahora viajemos solos mucho más, dentro de nuestro viaje en pareja.